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SOESGYPE MISIONES ANTE LA EMERGENCIA SALARIAL POR FALTA DE CONVENIO COLECTIVO DE TRABAJO

07/10/2025

La contracara del “milagro”

Anoche 6 de octubre, Milei presentó con bombos y platillos “La construcción del milagro de Argentina” su nuevo libro. El marco intentó ser fastuoso, pero el diario “La Nación” usó el titulo el calificativo de “mamarracho” a “Narnia”.

Al deterioro social y a la recesión de la microeconomía, la del bolsillo de los trabajadores; se le suman denuncias que rozan a la cúpula del poder por coimas en compras de medicamentos y un sistema de control sanitario bajo fuego por el caso de más de 200 muertes por fentanilo. Todos los gravísimos casos de los que son acusados, el gobierno los califica como maniobra de la oposición. Se les terminó la épica del milagro.

Los hechos más recientes pintan un cuadro áspero: desaprobación en alza, recesión industrial, empleo formal en retroceso, jubilaciones que pierden, personas con discapacidad sin atención ni cobertura social, en medio de un escándalo de corrupción en la que se incriminó a la hermana presidencial, pero siempre el argumento es el mismo, son denuncias mentirosas. Y por si fuera poco la inflación de septiembre en valores que la sitúan en el 3% mientras el gobierno que promete “libertad” pone techo a las negociaciones salariales y no permite aumentos de más del 1% mensual. Todo es un chiste de mal gusto.

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A los superiores ética, estética y moralmente, se les cayó la máscara. Milei pierde a su principal candidato a diputado por sus vínculos con un empresario preso por narcotráfico. Y lo peor de todo es que no es un episodio aislado. Es uno más de tantos. No olvidemos la estafa de la “criptomoneda Libra” y seguimos contando…

El superávit fiscal descansa en un ajuste “demasiado injusto” sobre los que menos tienen, sobres las jubilaciones que apenas llegan a los 400 mil pesos.

Con las universidades a punto de cerrar y los hospitales sin capacidad de respuesta por falta de presupuesto, que si hay para los sectores ricos y acomodados. La caída de la industria no encuentra piso. La destrucción de compañías y de puestos registrados fue significativa, con estimaciones que ubican el cierre de empresas privadas por encima de quince mil. Mas de quince mil empresas fundidas. Lo que significó que más de doscientos mil trabajadores pierdan sus empleos. Más de doscientas mil familias desesperadas.

 Más de 15.000 empresas cerradas y más de 200.000 empleos perdidos, si proyectás con prudencia una familia tipo de cuatro personas y un dependiente más por hogar ya son un millón de vidas, y con un impacto indirecto mínimo de medio puesto por cada empleo industrial el golpe social roza un millón cuatrocientas mil personas mirando la heladera vacía.

La macro “supuestamente” ordenada no alcanzó a la micro del changuito, del taller y del recibo de sueldo. La calle, la gente común, los trabajadores piden resultados tangibles ya, antes de que también reciban la noticia de que se quedan sin su trabajo.

Empleos que desaparecen, corrupción que salpica incluso a la familia presidencial y un Estado que, mientras promete libertad, le pone tope a la negociación salarial. El resultado: una inflación del 3% con aumentos autorizados del 1%. Todo es una comedia de mentiras. ¡Nos toman el pelo!

 

Cuando el voto no alcanza

Se dice con una fe casi religiosa, que el pueblo no se equivoca. Pero hay momentos en que esa afirmación se estrella contra la realidad. La Argentina, hoy transita uno de esos momentos, y no porque la democracia esté en jaque, sigue en pie desde 1983, maltrecha pero viva; sino porque sus frutos actuales invitan a preguntarse si bastan las urnas para garantizar el bien común o si, a veces, la mayoría también puede ser rehén de su propio espejismo y merecer el castigo por lo que elegimos.

La democracia, claro, no promete milagros. Solo ofrece un método. Pero en este presente de inflación crónica, salarios que son para llorar, derechos pisoteados y un deterioro institucional que desborda los márgenes del contrato social, el escenario de los más débiles es tristísimo.

Los síntomas son muchos y todos duelen. La niñez con discapacidad, atendida a medias o no atendida. La salud pediátrica, convertida en ruleta. Las personas jubiladas, despreciadas con cinismo burocrático. La universidad pública, que alguna vez fue orgullo, hoy convertida en blanco de recortes. Todo eso junto no es solo una lista de reclamos: es una radiografía de un Estado que achica sus promesas y agranda su indiferencia.

Y en medio de este cuadro, hay un sector que siente el ajuste en carne viva: los trabajadores de estaciones de servicio. Un gremio que huele de cerca el pulso de la calle, porque la calle pasa, literalmente, por sus manos y que sabe que las estadísticas oficiales sobre inflación son, por decirlo suavemente, más optimistas que la góndola del supermercado.

Basta con mirar el surtidor, la canasta básica o la libreta del almacén para entender que el país real transcurre en otro plano. Mientras los números bailan en las planillas, los sueldos se estancan y llegar a fin de mes es cada vez mas difícil.

Como si fuera poco, venció el Convenio Colectivo 521. Y sin ese paraguas legal, los derechos se vuelven papel mojado y los aumentos los decide la patronal que son casi decorativos, en un contexto donde la política de ingresos no parece diseñada para alimentar familias.

¿Y qué pasa cuando no hay ni convenio firme, ni aumentos dignos, ni posibilidad de hacer huelga sin que el miedo gane por goleada? Pasa esto: un año entero sin oportunidades reales de recomponer poder adquisitivo. Un año donde las demandas se archivan en nombre de una calma social que parece anestesia antes que convivencia.

Aun así, la vida no espera. Las cuentas llegan. Y nuestra organización sindical, con sus recursos limitados pero sus objetivos intactos, intenta mantener abiertos los canales de diálogo, sin perder de vista el objetivo de fondo: recuperar lo perdido sin perderse en el camino.

Porque si algo enseña este presente crudo, es que la democracia no es un destino, sino un campo de batalla cotidiano. El voto es apenas el comienzo; lo demás depende de cuánto estemos dispuestos a exigir, organizar, resistir. Y sí: aceptar las decisiones mayoritarias, aunque duelan, forma parte del juego. Pero también lo es recordar, de vez en cuando, que no hay decisión colectiva que justifique el sacrificio silencioso de los más vulnerables.

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Cuando la bronca pide respuestas

En este contexto, sería ingenuo pedir paciencia. No hay margen para la espera cuando el plato está vacío y el salario no alcanza. Por eso, desde SOESGyPE Misiones, los trabajadores de estaciones de servicio alzamos la voz. No con consignas abstractas, sino con demandas concretas: recomponer salarios reales, salir del convenio vencido y desactualizado, y evitar que la precariedad se convierta en norma.

El malestar no es una consigna de asamblea, es una experiencia cotidiana. El CCT 521 está vencido, denunciado, caído. No tiene sentido seguir negociando sobre ruinas. Por eso se exigimos la incorporación inmediata al Convenio 488, que reconoce lo que el 521 ignora: jornadas reales, sábados, domingos y una escala que al menos intenta acercarse a la vida.

Firmar aumentos del 1 al 5% acumulado, lo que en un sueldo típico representa 50 mil pesos de aumentos en total, es como querer apagar un incendio con un vaso de agua. No alcanza, no protege y, sobre todo, no dignifica.

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El convenio no es un trámite, es un derecho

Cuando se denuncia un Convenio Colectivo de Trabajo, como hizo SOESGyPE con el CCT 521, la “Secretaría de Trabajo” del “Ministerio de Capital Humano” abre un expediente por “conflicto sindical”. A partir de ahí debe convocar a las partes, ordenar una mesa similar a una paritaria y empujar acuerdos que permitan que la actividad siga funcionando.

Si nadie denuncia, el convenio rige en forma indefinida. Pero acá sí se denunció. Lo hicimos porque el 521 es desventajoso para nuestras compañeras y compañeros.

El Ministerio debe citarnos, y si no hay acuerdo, debe liberar a las partes para firmar otra cosa. Eso no ocurre. Todo avanza con una lentitud burocrática que, en los hechos, favorece a la patronal.

El Gobierno se proclama pro empresa, nosotros lo vivimos como anti empleo. No agilizan trámites ni garantizan ámbitos eficaces de negociación. Mientras tanto, el sector empresario gana tiempo, congela el proceso y aplica aumentos unilaterales mínimos, con el argumento de que el gremio no quiere negociar. La verdad es otra, no aceptamos negociar bajo condiciones que ya demostraron no resolver nada.

Nuestra posición es clara. No vamos a convalidar un uno por ciento para salir en la foto. Intimamos al Ministerio para que resuelva y nos libere a firmar. Puede ser con CECHA, que tiene un convenio superador, y lo ideal es incorporarnos al 488, que reconoce derechos y condiciones reales de trabajo.

El actual secretario de trabajo, Julio Gabriel Cordero, debe darle celeridad institucional a este expediente. No la hay. En dos años ya van dos secretarios y la informalidad de la gestión se nota. Funcionarios que no funcionan, expedientes que no se mueven, prioridades que se desvían mientras desregulan lo accesorio y postergan lo importante.

Hoy estamos en un compás de espera que no elegimos. Hay reuniones previstas, no hay definiciones. Sostenemos el aguante, no firmamos aumentos unilaterales y defendemos el derecho a discutir un marco convencional que dignifique, no que licúe salarios.

Esto es una pulseada de resistencia. Las trabajadoras y los trabajadores soportamos la falta de actualización para corregir un convenio caduco. Los empresarios presionan para no perder representatividad ni margen de decisión. Por eso repetimos lo esencial, el convenio no es un trámite administrativo, es la herramienta que hace valer derechos. Sin ese piso, cualquier aumento es humo. Con ese piso, la negociación vuelve a ser seria y la dignidad deja de ser un discurso para pasar a ser una práctica.

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El número que duele no está en el INDEC

Las estadísticas oficiales dicen una cosa, pero la heladera dice otra. Y la heladera, cuando está vacía, no miente. El salario mínimo y las escalas actuales quedaron rezagadas frente a una canasta que ya no entra en la ecuación del Indec. Alquileres desbordados, tarifas que suben cada mes y un consumo que se contrae al punto de obligar a las familias a vender lo que sea y lo que pueden, para llegar a fin de mes.

No es desaceleración, es resignación. No es estabilidad, es estancamiento. Es inflación con recesión. Y lo que se negocia en este contexto ya no es una suba: es una forma de evitar el colapso.

Un país en vilo, un sector en pie

Las conversaciones con el Fondo Monetario, la amenaza de una nueva devaluación y un empleo formal cada vez más enclenque, agravan la situación. El riesgo país sube, pero el riesgo real está en la góndola. Cada salto cambiario licúa un poco más los ingresos y fortalece la desigualdad como política de Estado.

En este escenario, discutir pautas del 1% es un gesto de cinismo. No hay margen, ni paciencia.

QUÉ SE PIDE. Y POR QUÉ URGE.

  1. Incorporación de Misiones al CCT 488, con todos los derechos y escalas que eso implica.
  2. Convocatoria inmediata de la autoridad laboral a una mesa con plazos, actas y compromisos formales.
  3. Actualización de las pautas salariales en base a una canasta real, no una canasta de ficción. Sólo en lo que va de este año la nafta aumento mas del 25% lo que ensancha la rentabilidad de las empresas.

 No es un número. es una vida digna.

Esta no es una discusión técnica. Es una pelea por condiciones elementales. Por salarios que no sean una condena. Por convenios que reflejen lo que pasa en la calle y no en una planilla de excel.

No se puede estabilizar un país hundiendo los sueldos. No se puede construir previsibilidad sobre la base de un trabajador sin derechos. El futuro se escribe con reglas claras, con convenios justos y con paritarias que no ignoren lo que cualquiera ve cuando va al almacén.

La lucha sigue por el reclamo del Convenio colectivo que merecemos

SOESGyPE Misiones no pide milagros. Pide lo básico. Lo justo. Lo urgente. Convocatoria, actualización y reconocimiento. No hay negociación real sin marco convencional adecuado. Y no hay estabilidad posible sin trabajadores con derechos.

La lucha sigue, en cada estación de servicio, en cada mesa de familia, en cada recibo que no alcanza. ¡Lo que está en juego no es un aumento: es nuestra dignidad y nuestro futuro!